En primera persona

El otro día leí un artículo relacionado con los escritores que escribimos en primera persona. En este artículo se comenta que escribir en primera persona, es una practica habitual de principiantes. Los escritores reconocidos suelen escribir en tercera persona. Yo he escrito dos novelas cortas, y cuando las escribí, no pensé en hacerlo en tercera persona para que no vieran que era un principiante. Las escribí en primera persona porque me gusta más. Simplemente creo que llega mejor al lector. Es cierto que un gran lector valora mucho que sea en tercera persona y que la obra sea densa, larga, aunque en muchos capítulos se pierda uno de la trama de la novela. Pero en fin, esa es una opinión personal. Como para mí escribir es una simple afición, puedo hacer y escribir como quiera y realizar una novela corta, aun cuando no sea comercial o atractiva para el gran lector. 
Justifican que, al escribir se crea un monólogo que al final aburre al lector. Yo no lo considero así, si en la novela intervienen varios personajes. El dialogo es parte de una novela. Sin embargo en algunas novelas carecen de ello bastante. Si alguno que me este leyendo, tiene curiosidad de como escribo, os dejo el primer capítulo de mi novela corta: "El Reloj del Bisabuelo", que autopubliqué en Amazón.

Aunque sujetaba con fuerza el paraguas, el agua empapaba mi rostro. Enterrar a tu padre, es un dolor en el corazón, que no se puede describir. Abandonar el lugar dejando para siempre su cuerpo allí, tapado por una lápida. No solo su cuerpo, sino sus consejos, su sonrisa, sus bromas, sus riñas. Hasta las riñas de padre, se quedan en aquel lugar tan triste. Despedir a todos los asistentes a su funeral, recibir el pésame de todos los amigos y familiares. No saber en ocasiones si es real, si es un maldito sueño, o qué.
Llegar a casa si él, sentarse en su sillón, sin su presencia y preguntarme. Y... ¿Ahora qué?
Mi madre rompe mi melancolía, mi tristeza.
Alberto, hijo, vete al cajón de la mesita. Tu padre me pidió que llegado el momento, después de su larga enfermedad. Cogieras la caja que tiene preparada para ti.
Mi padre llevaba enfermo meses, por un maldito cáncer. Nunca hablamos del final del trayecto, en cómo podría terminar su enfermedad. Pero no hablarlo, no significaba que mi padre no lo supiera. Me acerqué hasta la mesita de mi padre, abrí su cajón, ahí estaba una cajita de madera labrada, con algunos años de antigüedad. El olor de esa madera, se me introdujo en mi cuerpo, como si fuera un gas, que en vez de intoxicar, daba vida. Abrí despacio la caja de madera, dentro había un cuaderno, varias cartas y un reloj antiguo. ¿Qué significaba todo esto?, me pregunté.
Al girarme vi la bata de mi padre colgada en el perchero de su habitación. La miré, en aquel momento de tanto dolor en mi corazón, veía a mi padre con ella puesta. Esa dichosa bata le encantaba en días de frío. En cuanto llegaba a casa, lo primero era ponerse su bata. Siempre decía la misma frase: «¡en tu casa, hasta el culo descansa!».
Volví de nuevo al salón dónde estaba mi madre.
Madre, ¿qué significa esta caja? ¿Este reloj, nunca se lo vi a mi padre?
Yo solo sé hijo, que esa caja era muy importante para tu padre, según me dijo un día, raíces de su familia. El reloj, me dijo que era de su abuelo. Pero no sé nada más, tu padre siempre trasteando con sus cosas. Ya lo conocías.
Dentro de la caja había un carta que en el anverso decía: para Alberto. Empecé a leer la carta, con incertidumbre, comencé a tener unos pocos de nervios en mi estómago.
«Querido hijo: seguramente te estás preguntando, que hay dentro de la caja de madera. Nunca te conté nada, pero ahora que eres un reconocido médico, es hora que te cuente parte de tus raíces. Tu bisabuelo, fue un hombre aventurero, dejó todo por vivir un sueño. No te lo conté antes, para que ese espíritu aventurero, no se despertara en ti.
Como padre, solo quería para ti, una vida como la que tienes. Con una familia modélica, una profesión que te costó mucho tiempo de estudio y sacrificio. No quería, que el espíritu aventurero entrara en tu cuerpo y se echara a perder todo mi esfuerzo, en qué fueras, lo que eres ahora.
Ahora sí, es el momento de conocer la historia. Lee el cuaderno con mucha atención, en él, encontraras la historia más apasionante que te puedas imaginar».
En aquel momento mi tristeza interior, no me permitió empezar a leer el cuaderno. Volví a meter todo en la caja de madera, la cogí y me la llevé para mi casa. ¡Ya tendría tiempo de mirar de nuevo la caja! Ahora no tenía ni ganas, ni tiempo para leer cuadernos.
Pasaron varias semanas desde la muerte de mi padre. No es fácil superar su muerte. Cada día, en cada minuto, en cada segundo, me acuerdo de él.
Pero, una noche en la tranquilad de mi casa, me acerqué hasta donde guardaba la caja, que traje de la casa de mi padre. Miré la dichosa caja de madera, no sabía si abrirla o cerrarla para siempre. Al final... Abrí de nuevo aquella poderosa caja de madera. Cogí el cuaderno, pensé en unos instantes, si realmente me importaba la historia de mi bisabuelo. Al fin y al cabo, a mí, no me iba a cambiar la vida. Después de meditarlo unos minutos, decidí empezar la lectura del cuaderno. Solo leer la primera línea, me di cuenta, que era la letra de mi padre. Fue mi primera sorpresa, si era la historia de mi bisabuelo, ¿cómo la escribió mi padre? Este detalle, empezó a picar aún más mi curiosidad.

Al final no podía seguir en el pueblo. En ese lugar, solo puedes ser ganadero o agricultor. Mis padres no me entendían, que solo era un joven en el año 1930, que tenía inquietudes. Que quería conocer otra ciudad, otras gentes, su manera de vivir y pensar. Mi madre siempre me dice lo mismo, cada día.
Santiago, tienes muchas estrellas en esa cabeza tuya. Aprende a ser un buen ganadero como tu padre. El mundo es muy grande y no te creas que te lo vas a comer, más bien lo contrario.
Mamá, yo no soy feliz aquí, sé que queréis mi padre y tú, lo mejor para mí. Pero yo quiero salir fuera de este pueblo, conocer mundo. Realizar un sueño, y si me equivoco, por lo menos lo habré intentado. Si no lo hiciera, no me lo perdonaría en mi vida.
Al final mis padres, no le quedó otra que la resignación. Mi decisión era firme y no pensaba cambiar de idea. Al final tomé la decisión de partir en busca de aventura y conocer otro mundo diferente al pueblo. Me despedí de mis padres, les prometí que les escribiría regularmente.
Mis padres no saben leer, ni escribir. Pero el cura del pueblo, los tendría informados. A mí, el cura Don Manuel me enseñó a leer, escribir y me enseñó los viajes que se puede realizar, a través del mundo literario. Mi madre siempre le reprochó al cura, por darme tanta imaginación: «este maldito cura, te está llenando la cabeza de pájaros».
Compré con los ahorros de mucho tiempo, un billete de tren para Barcelona. ¡Por fin!, estaba de camino a un sueño. No sé, como acabaría. A lo mejor tendría razón mis padres y, volvería con el rabo entre las piernas. Pero aquel día, no pensé en el fracaso, empecé con una gran ilusión y esperanza.

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